
Los niños de este pintoresco pueblo nunca han visto un muñeco de nieve, ni las aguas heladas de los lagos o las fuentes, jamás han temblado de frío ni han exhalado vaho por sus bocas abiertas. Pero las cosas en Estivalia no siempre fueron así.
Hace muchos, muchos años, el invierno existía como en cualquier parte del mundo. Las chimeneas de las casas emanaban un espeso humo blanco que se elevaba uniforme hacia la noche estrellada. Los álamos del parque, desnudos y tristes, mostraban su esqueleto a las parejas de enamorados. Algunos valientes patinaban sobre la placa de hielo que cubría las aguas de la Laguna Alegre. Los más frioleros se cubrían por las noches con tres o cuatro mantas arrebujados en sus camas y las abuelitas de los niños tejían bufandas de todos los colores en sus viejas mecedoras junto al fuego del hogar.
Hace muchos años la Navidad todavía se celebraba el veinticinco de diciembre, los vecinos de Estivalia cantaban villancicos y compartían el vino dulce y las pastas caseras, y si nevaba, los más pequeños salían a la plaza del pueblo para fabricar grandes bolas blancas que después se lanzaban entre risas. En Estivalia todo era normal.
Pero ocurrió que un antiguo alcalde se jugó el invierno a las cartas y lo perdió. Su contrincante era un hombre extraño, muy poderoso, conocido como el Señor de las Estaciones. Cuentan que ya había conseguido la primavera, el verano y el otoño en otros pueblos y con otros juegos y tan sólo le faltaba el invierno para crear su propio y particular universo, para alterar impunemente el orden natural de las cosas y ver cómo de ese modo crecía su poder.
El alcalde cayó en la trampa. Nunca pensó que el tal Señor de las Estaciones sería capaz de apoderarse del invierno de Estivalia, un invierno que le había pertenecido desde el principio de los tiempos.
El trato fue el siguiente: si el alcalde perdía, Estivalia perdería su invierno, si el alcalde ganaba, el Señor de las Estaciones le prometía bienestar y riqueza para su pueblo. Y el alcalde perdió. Era noviembre cuando se reunieron en un viejo bar para jugar la partida. Tras dos horas sentados frente a frente ante una pequeña y destartalada mesa, el Señor de las Estaciones abandonó el local como un vencedor, con una irónica sonrisa entre los labios. Los vecinos que esperaban al alcalde en la puerta lo animaron. “No se preocupe, señor alcalde, es imposible que ese individuo nos arrebate el invierno, seguro que todo ha sido una broma”.
Pero llegó el esperado día de diciembre. Nunca había deseado nadie con tanta vehemencia el advenimiento del cambio de estación. Y cuál no sería la sorpresa de todos cuando amaneció con un sol abrasador, los termómetros subieron de golpe veinticinco grados, la luz reinaba en cada rincón y el ambiente sombrío del otoño había desaparecido por completo dando paso al más luminoso verano. Desde aquel día hasta hoy cada veintiuno de diciembre ocurre lo mismo.
Han transcurrido muchos años, muchas generaciones y todavía los habitantes de Estivalia sueñan con el momento de recuperar su invierno, no desean dos veranos. Quieren que todo siga como Dios lo dispuso. Cada alcalde del pueblo, cuando jura su cargo, se compromete con los vecinos a recuperar la gélida estación. Cada uno de ellos es un experto jugador de cartas, sin embargo el contrincante esperado nunca aparece.
Mientras el abuelo seguía asando castañas en la cocina, los pequeños, junto a él, lo miraban embelesados, con la boca abierta y los ojos más abiertos todavía. Era el mismo cuento de cada año, el mismo cuento de cada invierno y sin embargo los chavales lo recibían siempre como una verdadera primicia. Tomaron las castañas recién asadas entre las manos y las fueron pasando de la derecha a la izquierda ininterrumpidamente, quemaban. Era una bonita estampa familiar, el abuelo con los nietos. Finalmente uno de los niños formuló la pregunta de siempre: “Pero, abuelo, ¿Estivalia existe?”. Todos permanecieron unos segundos en silencio. Después, una de las niñas, pelirroja y con muchas pecas, dijo con su voz cantarina: “¡cuéntanos otro, por fa!”. Y todos se sentaron en torno a la enorme mesa de madera para degustar las castañas y escuchar las increíbles historias del abuelo.
Maribel Romero Soler
Este cuento está incluido en el libro MIRADAS DE NAVIDAD 5
Editorial La Fragua del Trovador
16 comentarios:
Maribel es un relato increible y hermoso....Me encanta como escribes...ya lo sabes. Me ha encantado este abuelo. Besos
Maribel, la primera parte que imaginativa. Inventar al Señor de las Estaciones y sus artimañas para irse apoderando de las mismas. La tiranía contrapuesta con el abuelo entrañable. El Cuentacuentos de la familia.
En el Pais Vasco tenemos Cuentacuentos. Es un oficio. Son escritores o gente de las artes escénicas que hacen sesiones y cuentan cuentos a los niños. Yo a los mios les he llevado muchas veces de pequeños.
Menudo regalo para nosotros y solidario para los que reciban.
Un abrazo
Hola Maribel,
Tu cuento es precioso, muy original y con un tono infantil entrañable. Me ha gustado mucho como lo has narrado, muy claro y con un buen ritmo. Felicidades por "tus dos buenas manos para la literatura".
Winnie, los abuelos son especiales, ¿no crees?. Todo un símbolo para los nietos.
Un abrazo.
Alicia, creo que la figura del cuentacuentos está ya bastante extendida y además de moda. En muchas actividades escolares, lúdicas, etc. aparece el cuentacuentos. Es una buena forma de animar a los más pequeños a la lectura y a que disfruten con todo tipo de historias.
Un abrazo.
Marien, gracias por tu comentario. Me alegra que te gusten "las castañas". Pues es curioso, no lo escribí pensando en un público infantil, es un cuento que tiene un par de años y al ver el certamen de La Fragua del Trovador pensé que podía encajar. Creo que el tono infantil se lo da la Navidad, al fin y al cabo permanecerá viva mientras existan niños.
Besos.
Un cuento precioso, Maribel, y muy original.
Me ha gustado mucho.
Feliz domingo.
Me alegro, Lola. Gracias por el comentario.
Feliz domingo.
Maravillosa historia que contar al amor de la lumbre en un invernal día como el de hoy. Gracias por relatármelo y acercarme el aroma tan cálido y hogareño como el de las castañas.
Un invernal pero cálido abrazo.
Maribel, que casi me la creo.
De verdad no exite Estivalia?
Un abrazo casi de invierno.
Sergio Astorga
Je,je... un cuento tierno y muy hermoso para estos días, Maribel.
Te felicito.
Un beso.
Es cierto, Mari Carmen. Aquí también hemos tenido un día frío y muy de invierno, ideal para contar cuentos junto al fuego del hogar.
Besotes.
Psssssss, Sergio, sí que existe pero que no se entere nadie, sino todo el mundo va a querer ir.
Un abrazo desde Estivalia.
Es lo que toca, Deusvolt, hay que poner un poco de ambiente navideño, y no es un tema que me guste para escribir, pero intento hacerlo sin caer en tópicos.
Un abrazo.
Maribel, repito lo que todos han dicho: un cuento precioso.
Pero sabes, a mí me parece que el alcalde tenía un pacto con el calentamiento global, ja, ja,
Buen toque navideño, amiga,
Un besote!
Blanca
No me extrañaría, Blanca. Con los tiempos que corren no se puede uno fiar de los alcaldes, y menos de los que se juegan el invierno a las cartas, jajaja.
Gracias por tu comentario, amiga.
Un abrazo.
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